Fabio "Mosquito" Sancineto vuelve a escena con su Compañía Argentina de Improvisación, esta vez en un nuevo espectáculo llamado "Argentina Improvisada: ¿Por qué somos como somos?" en el que el actor y director abandona su lugar de presentador para sumarse a las historias improvisadas como un personaje más. ¿En qué consiste esto? El público propone un título, un estilo (que va desde la telenovela al gauchesco, del relato a erótico al terror) y una década de la historia argentina. Durante diez minutos los actores improvisan la historia y pasado este tiempo el público vuelve a participar eligiendo un tipo de final que puede ser, entre otros, trágico, con moraleja o absurdo. Este nuevo show, que consiste en cuatro interpretaciones de quince minutos cada una, se puede ver en el Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330) todos los sábados de mayo y junio y las entradas se consiguen por sistema Ticketek.
Pero, ¿quién es este personaje? Aquí una entrevista realizada en noviembre de 2008 cuando aún presentaba "Improvisación Mosquito", él no participaba en la actuación sino que era una clase de arbitro o conductor, las historias duraban entre cuatro y cinco minutos y no había ningún tipo de escenografía.
“Soy seductor por naturaleza”
Mosquito Sancineto es uno de los máximos referentes del teatro de improvisación en Argentina. Entre el travestismo, la seducción, el mensaje político y la idea del arte como enriquecimiento para una sociedad en su conjunto, Mosquito encarna la figura del bohemio vanguardista comprometido con su entorno.
Se baja del taxi vestido todo de negro y con anteojos oscuros de marco rosa, lleva los labios prolijamente pintados de un rojo furioso y los ojos tan maquillados como aquellas figuras jeroglíficas del antiguo Egipto. Cuando entra al teatro (no por alguna puerta lateral que lo conduzca a un inmenso camarín, sino por la entrada principal) muchos se lo quedan mirando. A él le encanta que lo miren y se desplaza con una gracia natural de la que ninguna diva argenta puede prescindir. Se llama Fabio Sancineto, aunque pocos recuerdan ese nombre; él es Mosquito, el fundador de
Arriba del escenario no es demasiado distinto a aquel que abandonara el taxi unos minutos antes, es algo más seductor, más provocativo. Le gusta provocar. Pero todavía no sube a las tablas sino que está sentado en una de las butacas con los ojos iluminados perdidos en algún punto de la pared ¿Cuánto hay de Mosquito en Fabio y cuánto de Fabio en Mosquito? En realidad no hay nada de ninguno en el otro porque son el mismo: la persona y el personaje se fundieron hace muchos años en un único ser, que si bien puede variar cuando baja los cuatro o cinco escalones que separan al público de los actores perdiendo algo de explosión, no pierde su elocuencia ni su mirada irónica y bastante ácida del mundo.
-¿Cómo fue la construcción de tu personaje?
-Mucho viene de mi condición de homosexual, pero también hubo una buena parte que venía del público, lo que ellos querían ver. Durante años, cuando iba probando, me di cuenta lo que podía producir en la gente alguien vestido como estoy ahora, podía ser aceptación o rechazo, pero nunca indiferencia. Hoy me doy cuenta rápido cuando a alguien no le gusta lo que ve cuando me ve a mí, con una mirada ya sé que la persona que está en tal butaca no está contenta.
-Mosquito no sólo es provocativo, también es seductor.
-A mí me encanta seducir, soy seductor por naturaleza. Por eso también trato de cuidar mi imagen, aunque estemos haciendo un espectáculo desprolijo, que no tiene escenografía, yo me preocupo por cómo me ve la gente, por cómo se moviliza cuando me ve. Es parte de la provocación, pero también tiene que ver con la libertad, yo siempre tuve la libertad de hacer lo que quería. Y muchas veces esa libertad me llevó a meter la pata tanto arriba como abajo del escenario.
Mosquito lleva veinte años con el teatro de improvisación, de los cuales once fueron temporadas en el teatro El Vitral, un complejo con tres salas de las que la mayor tiene capacidad para algo más de cien personas. Es un teatro under, sin duda alguna. El actor explica que mantenerse en el ámbito del under luego de tantos años fue una decisión que quizás muchos no comprenderían.
-¿Por qué crees que son pocos los que se mantienen alejados del mainstream?
-Primero porque la guita tienta mucho, no se gana lo mismo acá que en el Gran Rex. Y segundo por el reconocimiento. En este país no se aprecia a los artistas, en Europa alguien con una trayectoria de tantos años como la mía estaría lleno de plata, pero acá los reconocimientos siempre son muy tardíos. Yo me quedé en el under porque me siento parte, es mi identidad, es como un compromiso que asumí. Seguro que uno puede crecer pero lo importante es no abandonar lo que uno cree, no venderse al establishment porque después perdés la autenticidad. El problema es que el espectáculo está manejado por grandes monopolios, muy poderosos. Yo antes llamaba a destruirlos, pero ahora me di cuenta que lo importante es trabajar paralelamente a los monopolios, ser una alternativa y que la gente pueda elegir.
Su voz gana mucha fuerza cuando habla de sus ideales, se le iluminan aún más los ojos por debajo de esa incalculable cantidad de maquillaje. Parece un político dando un discurso de campaña, enfervorizado. Dice que cree poco en los políticos, que ellos no defienden al pueblo, que no tienen moral. Dice que cree poco en la izquierda y la derecha y que ambas ideologías deberían unirse para buscar lo que sea mejor para la gente, cosa que muy pocos han hecho.
-¿De qué forma puede el teatro ayudar a las personas de clases más bajas?
-El teatro es comunicación y esa es una de las cosas que falta en nuestra sociedad. Todos tenemos la necesidad de comunicarnos pero hay demasiada discriminación como para que gente de clases sociales altas se junte con gente más humilde. Muchos creen que los que viven en una villa son idiotas, o son todos chorros, o son todos negros de mierda. Pero muchas veces los brutos son los más ricos. El año pasado trabajé en castings con gente que vivía en villas, hay muchas personas talentosas ahí, lo que pasa es que no tienen la oportunidad, nadie loas ayuda y entonces la gente está como atrapada. Yo les abrí la puerta de mi escuela, pero no es fácil que alguien que tiene que preocuparse primero por la comida de su familia vaya a estudiar teatro. Igual algunos vienen a la escuela y a veces también al teatro. Es muy lindo eso.
-Más allá de las clases sociales, ¿la improvisación es una apertura para las personas que no van al teatro?
-Seguro. Sobre todo para los adolescentes porque el match de improvisación es algo muy rápido, muy fragmentado, muy cercano a la cultura del videoclip a la que están más acostumbrados. Lo que pasa es que las nuevas generaciones están demasiado conectadas a lo visual, por eso cuando no hay una escenografía imponente ni imágenes impactantes las cosas tienen que ser cortitas, sino no les llama la atención. Pero lo cierto es que viene gente muy distinta, gente de todas las edades, hay muchos chicos que traen a los papás y también viene gente que no está acostumbrada a ir al teatro o que no fue nunca. Es raro eso. El tema es que nuestra sociedad se ha ido embruteciendo mucho y la gente tiene cada vez menos acceso a la cultura. El teatro debería ser para todos, para todas las clases sociales, para toda la gente sin importar dónde viva, pero cada vez es más difícil conseguir eso.
A mosquito le encanta irse por las ramas, y casualmente (o no tanto) todas las respuestas fluyen hacia la misma cuestión: el teatro debe ser para todos. Lo repite muchas veces, pero ya no como político enfervorizado sino como alguien que de verdad siente lo que dice. Es un militante del teatro, pero también es un militante social.
“Estamos en una época muy rara”, concluye el actor y director, “viviendo en una sociedad muy dividida que sólo lucha por alcanzar lo material. Tenemos que empezar a valorar otras cosas. Todos necesitamos enriquecernos, enriquecer el espíritu sin necesidad de cosas materiales. El problema es que no a muchos les importa.”
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